Mamá, perdón

Texto Vanessa Castro Álvarez | Fotografía MarianaGarro Proyecto Mujeres del alma mía

 

Durante años pensé en qué era ser mujer más allá de lo que había sido mi madre, mis tías, mis hermanas y mis abuelas; nunca encontré una respuesta. Y no la encontré porque, sencillamente, soy todas ellas y a la vez ninguna, soy exactamente todo lo que ellas pudieron o no ser, lo que se atrevieron a hacer y lo que no, soy… como dice Calle 13 “lo que me enseñó mi madre”.

Y habiendo sido consciente o inconsciente de esto, he tenido siempre la necesidad de buscarme en medio de cada situación, negándome a dejarlas pasar como si nada (aunque a veces las he preferido omitir por purito miedo y negligencia), pero la vida a mis 26 años ya me ha dado varios golpes que me resultaron difícil de esquivar y tarde que temprano, me tocó darles cara y dejar que me estrellaran contra la pared de la realidad. Porque habiendo visto a mis tías y a mi Mamá tener que afrontar tanto, ¿Por qué no lo iba hacer yo?

Mamá ha sido la mujer de 1.43 de estatura más enorme que conozco, con más carácter y con más fuerza que jamás le he conocido a nadie. Las veces que la he escuchado gritar de dolor, parece que se estremeciera el mundo entero, mi casa tiembla y se desestabiliza, porque jamás habrá alguien que haya podido sostener a mi familia y su casa, mejor que ella. Esa es la verdad, en mi casa mi heroína ha sido mi madre.

Su vida no fue fácil, porque aunque siempre fue la consentida de mis abuelos, y asumió responsabilidades de sus hermanas siendo la menor. No es menos cierto que su fuerza es tanta, como para ser la columna vertebral igualmente de su núcleo familiar; es la que llaman cuando se necesita una opinión de algo, es la que ama a sus sobrinos como fueran sus hijos (A algunos de ellos los crio en su adolescencia y hasta cuando salió de casa), es la que se acuerda de todos los cumpleaños y es la que pone en cintura a todo el mundo. Ella es todo o nada. Sin embargo, crecí con la enseñanza de hacerme responsable de mí misma, y lo menos consentida posible, además de un montón de prejuicios y de miedos que se han reflejado en mi adultez porque, también es verdad que en medio de su infinito amor y protección, mi mamá me inculcó unas verdades que no eran tan ciertas. Y aunque hoy sigan siendo sus verdades y yo las pueda entender, para mí son los cuestionamientos o las deconstrucciones que he ido caminando.

Cuando leí a Allende y vi la forma como escribía sobre su madre en Mujeres del Alma Mía, sonreía al saber que hay un poco de Panchita en Elena, y algo de Allende en mí. Mi madre, como la he descrito, sabrán que no es el tipo de mujer que se queda callada ante nada (Aunque sabe con demasiada sabiduría cuándo decir cada cosa), sin embargo, asume la posición de que la cabeza del hogar es el hombre, porque así lo indica la concepción de sociedad que ella tiene, y la biblia. Ante eso, debo decir que mi papá es un hombre que amo un montón, admiro y respeto, del que por supuesto tengo muchísimo y al que le agradezco tanto, pero seré franca aquí como he sido en casa, la “Generala” como le llamo entre chiste y chanza seriamente, es mi mamá. Yo, bueno yo fui la que creció evitando tragar entero, retando, peleando y cuestionando la posición de las mujeres en la sociedad, incluso, la de mi propia madre.

Ahora, cuando leí “Mensaje urgente a mi madre”, el poema de Daisy Zamora, me encontré completamente a mí y la entendí aún más a ella. Y la razón por la que escribo sobre mi madre, es porque aunque la ame con mi vida y sea la mujer que más admire, aunque hoy entienda la sociedad en la que creció y la que la forjó, debo pedirle perdón. Y le pido perdón, porque nunca seré ella, aunque cargue la rebeldía de su juventud y sea tan apasionada con lo que me gusta, como ella. Más bien, nunca seré todo lo que quizás ella espere de mí.

Amo profundamente cada una de sus historias, las muchas veces que su templanza y determinación me enseñaron, los momentos que ahora grande se ha sentado a escuchar mis desamores y sobre todo, con orgullo, los principios que son la base de mi carácter. Pero definitivamente, amo la capacidad de haberme reconocido y reconstruido a partir de ellas, siendo completamente yo, teniendo mi propio criterio y defendiendo mis propias luchas. Porque paradójicamente, esa también me lo enseñó Mamá.

Finalmente, perdóname Mami, porque no saldré casada de casa como quizás esperaste en algún momento, porque tampoco tengo los gustos que espérate que tuviera, porque no podré ser todo lo vanidosa o femenina que quisieras, ni me acomodaré completamente a los estándares de belleza que crees que cumplo por ser delgada o los que crees que debo tener para ser y parecer una profesional, porque aún no quiero pensar si quiero tener hijos, porque quizás no sea la muchacha bien portada que tú fuiste y la señora ejemplar que eres hoy. Perdón, porque aunque te amo y te agradezco tanto, no seré, ni quiero ser la chica que cumpla las expectativas de nadie más que no sean las mías.

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