La cita esperada
Texto y autorretratos Ivanna Romero | Proyecto Mujeres del alma mía
Este año ha sido un viaje del que me encuentro personalmente orgullosa, más allá de los objetivos trazados y conseguidos, las relaciones humanas que he construido, y las personas que he conocido en el camino ha sido la parte más enriquecedora del proceso.
Escribo esto varios días después de haber conocido a unas mujeres extraordinarias. Yo, una chica provinciana, cuyas relaciones sociales se habían reducido a esos pocos amigos que me quedaron de la universidad y a las chicas de mi pueblito que, como yo, encontramos las unas en las otras ese refugio más que todo cuando tenemos el corazón roto, llegaba por primera vez a una conversación sumamente personal y descarnada; hablar de sentimientos es más difícil de lo que parece, fue casualidad encontrar este grupo de lectura, pero definitivamente una de las buenas.
Después de la charla íntima que se desarrolló de forma natural, Caro, que como su apellido lo dice, es un Amor, nos pidió este aporte, tener una cita con nosotras mismas para escucharnos, para hablar con nosotras mismas, y ver que resultaba de esa charla. Nunca he tenido miedo a salir a comer sola o ir a cine sola, de hecho en mis años universitarios era una actividad que disfrutaba con frecuencia, pero a medida que pasa el tiempo, he estado teniendo esta consciencia que muchas de esas salidas en solitario siempre fueron de forma inconsciente, no tenía una charla conmigo, no me hablaba, no me cuestionaba, así que en esta ocasión, esto sería nuevo. Últimamente tengo muchas conversaciones conmigo misma, no desde la auto compasión, ni desde la crítica, sí desde la añoranza por el futuro, o este análisis militar sobre las relaciones sentimentales, juzgando los pequeños actos de esta otra persona, cuestionándome por qué no dije eso que debía decir en aquel momento o por qué me estoy auto saboteando no haciendo lo que sé, debo hacer para mi futuro, y seguir tendida en una cama o en el mueble de mi sala divagando sobre muchas cosas, pero sobre todo: aplazándome.
Así que tuve esta cita.
Mi cita más esperada este año fue conmigo misma.
Un sábado a las nueve de la noche me invité a comer, fue en una pequeña cafetería, que por la hora y estas fechas estaba a reventar, sin embargo, logré conseguir una mesa de tres puestos, donde estaba yo sola, y todas mis versiones llenaban los demás puestos, no estaba sola, estaba con todos mis yo. Estas chicas, las que he estado intentando callar por muchísimo tiempo, las dejé hablar, tenía pensado anotar la charla en mi agenda, pero no tuve el valor, las escuché una a una. Escuché a mi yo que un día soñó con ser escritora, ella me reclama, porque yo solía escribir historias de amor, y solía leerlas y disfrutarlas, mi yo soñador, mi yo enamorado del amor me dice que la vida me ha convertido en alguien cínico, que puede dar consejos de amor muy buenos, pero que se ha olvidado de cómo se escribe sobre él; a ella le respondo que han pasado cosas, que he aprendido, y que en el camino ese amor sobre el que solía escribir ya no existe, no está más, no creo en él. Ella está enojada, está triste, se siente abandonada en un rincón de sueños pospuestos, intento consolarla diciéndole que quizá ahora que soy más vieja y más sabía, no es solo sobre el amor sobre lo que quiero escribir, quizá me entiende más fácil de lo que pensé lo haría, porque su único reclamo es el abandono de los sueños que teníamos, que visionamos y que acepto, dejé que muchas cosas que hoy no tienen sentido se interpusieran entre esos sueños y yo. Por eso le pido disculpas, y también le hago una promesa: volveremos a escribir.
La siguiente conversación que tengo es con mi niña interior, y es la conversación que me saca lágrimas, a la que le lloro sin vergüenza alguna, aunque los comensales alrededor me vean y piensen que algo me ha pasado.
Mi niña interior me dice que está orgullosa de mí, “nos tomó quince años, nos tomó un año de terapia, nos tomó una boda cancelada, un mundo destruido, decepción familiar, reestructuración de todas nuestras creencias, nos tomó lágrimas, lágrimas que podían llenar un estanque entero, pero estamos aquí.” me dice: “quizá debías vivir todo lo que viviste, llorar, arrastrarse en el pantano del fracaso, chapotear en la desgracia…perder la ilusión de vivir, sentir que Dios se había olvidado de mí, todo eso hace parte integral de tu ser, de lo que eres, porque ¿qué sería del viaje sin un poco de drama en el camino?”
Quiero llorar fuerte cuando la recuerdo; cuando la recuerdo jugar a las barbies que salvaban al mundo, cuando la recuerdo dibujando heroínas, cuando jugaba a ser la dueña de su empresa, y llegar a casa, a su apartamento en una gran ciudad a cocinar lo que ella quería, con la decoración que ella misma había escogido, cuando con la determinación de quien cree en lo que tiene y en sus capacidades decía que algún día ella sería gerente de su empresa, que viajaría por el mundo, que quería estudiar dos carreras, que quería ganar premios y salir en televisión.
Le pido perdón por abandonarla, y ella me responde que tranquila que, a pesar de todo, ya volví a casa.
“No me sueltes de nuevo”, es lo único que me pide.
A ella le respondo que no, que la amo, la respeto, y que de ahora en adelante es ella quien estará presente en cada decisión que tome, y en cada meta que me trace. Entonces me dice la frase que me derrumba: ¡Volveremos a soñar!
Claro que sí, más alto y más bonito, y esta vez son nuestros sueños, nuestros propios sueños.
La última que me habla es la mujer que soy. Ella está ilusionada, está feliz, ella no llora, ni tiene reclamos, me pide que la abrace y lo hago. Me abrazo con fuerza, la mujer que soy, abraza a la escritora, a la niña, nos junta como piezas de un rompecabezas, paga la cuenta, sonríe y me recuerda que, aunque hemos logrado cosas, el camino es largo y no está libre de obstáculos, pero que esta vez es diferente… esta vez ya no tenemos miedo.
Vamos a triunfar, vamos a conquistar… y sobre todo vamos a amar, todo y a todos, porque las semillas que sembraste cuando todo estaba destruido ya ha florecido, es un hermoso girasol que quiere dar luz a los demás.
¡Vamos a brillar!