Insegura
Texto y autorretratos Vanessa Castro Álvarez
“No me siento segura con mi cuerpo” le dije hace unos meses a una amiga, mientras me comía una pechuga de pollo apanada. Ella me abrió los ojos y dijo “No esperé que me dijeras eso” y entonces caí en cuenta que nunca lo había dicho en voz alta.
Las veces anteriores siempre me lo decía mentalmente, cuando me miraba en el espejo y veía el vello en el bozo, en el abdomen y en las nalgas, o cuando veía que mi abdomen no era totalmente plano como mostraban en las películas, en las revistas, en las redes sociales y hasta en el porno. Me lo decía cuando veía que se marcaban los gorditos en la espalda, que desde que soy pequeña escuché diciendo “Eso se ve horrible”.
He vivido la mayoría de mi vida diciéndole a los demás cómo deben sentirse respecto a sí mismos, porque valoraba la belleza de los demás, pero tal parece que nunca valoré suficientemente la mía. Busqué, inconscientemente, aprobación en mis parejas sexuales, en mis amigos, y hasta en mi familia, pero nunca en mí. ¡Qué equivocada estaba!
Llevo 7 meses sin usar maquillaje, y 5 sin ponerme brasier y sin sacarme las cejas, por decisión de vida y política; lo hice como ejercicio de aceptación, de naturalizar mi cuerpo, aunque lógicamente suene una redundancia, porque fue mi manera de decirle al mundo “Me acepto tal cual soy” y no lo niego, fue liberador.
Pero ese “Me acepto” debía interiorizarlo, porque a pesar de todo, yo seguí sintiendo que no tenía el cuerpo ideal, como si existiera un molde universal. Seguía luchando con mi forma de pensar, con mi discurso y con lo que he sentido; temía desnudar mis pensamientos y exponerme ante los demás, porque hoy todo el mundo juzga, incluso si reconoces tu fragilidad.
Estando en cuarentena, mi inseguridad acrecentó y junto a otros problemas emocionales, todo estalló. Comí más de la cuenta y comenzaron a salir más gorditos, más panza, más granitos, más de todo; todo mal. No me gustaba lo que veía en el espejo, incluso no quería espejos en mi cuarto, pero decidí enfrentarlo, porque hoy, dos meses después de haber entrado en confinamiento obligatorio, no me quiero callar, quiero hablarlo, y decirlo sin miedo.
Comencé a decir “No me siento segura con mi cuerpo” y “Me puedo permitir sentir sin miedo”, porque de eso va la humanidad ¿No? o ¿Somos unos robots que van por la vida fingiendo que todo está bien? Pues yo no quiero ser ese robot, y tampoco quiero ocultar quién soy o cómo me siento, para no incomodar a los demás y dejar que piensen que soy la mujer que va defendiendo los derechos de otras mujeres, gritando decidida y fuerte “¡LIBERTAD!”, cuando no puede ser libre ella misma, ni de sus propios prejuicios mal infundados.
Me desnudo y me asumo, no ha sido ni seguirá siendo un proceso fácil, pero soy consciente que entre más lo reconozca y sepa cuál son mis debilidades, podré enfrentarlas mucho mejor. No quiero hacerme desear de nadie más que de mí misma, no quiero querer a nadie más que a mí misma, no quiero valorar a nada más, que no sea yo misma. Este es mi verdadero grito de libertad, este es mi verdadero amor propio, este es mi “yo que puede ser frágil y fuerte”, reconstruyéndome y amándome sin presiones.
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