Aprendí a querer mi cuerpo y sus cambios como quien observa una mariposa.
En ocasiones me hacía pequeña como un huevo, como si quisiera pasar desapercibida para los ojos de muchas personas.
Luego, aprendí a construir crisálidas. Dónde poco a poco iba creciendo desde adentro. Porque el tiempo y la desnudez me enseñaron que mi imagen no define mi totalidad.
Esa mariposa, también aprendió desde la quietud y el silencio. Porque en muchos momentos, mi peor enemiga era yo misma.
Aprender a quererme y sentirme bien conmigo. Sigue siendo una tarea de tiempo. De entender que cada momento que vivo, tiene un cuerpo. Pero sobre todo, de aprender a volar por mi misma. Hacia la dirección que yo quiera.
Seguimos manteniendo la intención del proyecto para que cualquier mujer pueda participar, reconocerse, verse con más confianza, olvidar los complejos y amarse de verdad.