Vivir sin miedo

Texto y modelo Kenia Pinto | Fotografía Lara Carro

Te escucho gritar. Veo la ira desbordada en tus ojos convirtiéndose en acción. Sabes que das miedo y lo usas. Veo tu mano cerrándose en un puño y tomando impulso. La siento estallando contra la carne. Duele. Tengo miedo. Tengo rabia. Quiero ser más grande, más fuerte, más valiente. Quiero medir 80 metros y ser toda de músculo para poder hacerte frente. Quiero poder devolverte el golpe con la misma fuerza, con la misma ira. Quiero ser furia. Yo también grito. Gruño, muestro los dientes, me defiendo. No puedo. Lloro. Grito. Y despierto. Me despierto asustada. Siento un alivio enorme. Era una pesadilla, de esas que que parecen un recuerdo y el alivio se hace corto cuándo pienso en la posibilidad de que eso esté pasando con otra cara, otra piel, otro nombre y duele igual.

La violencia es tan camaleónica como el miedo. La violencia nos toca, nos transforma, nos bloquea y nos impulsa en distintas maneras. La violencia es como el fuego, cambia todo lo que toca. La otra cara de la violencia es el miedo. No quisiera sentirlo, pero lo siento. Lo siento en la oscuridad, lo siento en la soledad. Pienso en las palabras de Nina “La libertad es no tener miedo”. Pienso en que entonces no soy libre. Pienso en que no somos libres, pienso que tenemos miedo. A veces, no por nosotrxs pero tenemos miedo por otrxs y el miedo es el mismo.

Si alguien hoy me concediera un deseo creo que le pediría vivir sin miedo.

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