Estoy de regreso. Fue un viaje largo. Pensé que era eterno. Veía complejo el retorno. Pero aquí estoy… volví.

Me fui sin saber por qué, ni para qué… tampoco hacia donde ni hasta cuándo y muchos menos con quién.

Viví… lo acepto. Reí, lloré, grité y callé. Lo intenté y lo logré, y en algunos momentos fracasé.

Dudé en múltiples momentos, algunos fueron instantes incluso… pero tan fuertes que me llevaban a un mundo pequeño y estrecho.

Veía sobre mí tantos objetos indescifrables que opacaban mi vista, que obstruían mi camino. Los vi en mis sueños en cantidades alarmantes, pero en vida se volvían realidades.

Me asusté, mi cuerpo se estremecía pensando en qué era de mi vida y no encontrando respuestas claras.

Me hallé con lágrimas derramándose sobre mis mejillas, con uno que otro temblor que me hacía sentirme en el terremoto de mi vida. Se tambaleaba hasta el corazón. Pobre corazón mío, cuánto daño le hice, cuánto daño permití que le hicieran.

Y ya cuando no tienes más de dónde agarrar, cuando los suspiros ya parecen la humareda de una chimenea extinguiéndose, cuando llega el día en qué el que te sientes tan seca que ni tus ojos brillan como alguna vez lo hicieron. Cuando llegó ese día… desperté.

Y aunque me creí perdida… aquí estoy.

Tengo dudas, inquietudes y muchas preguntas que no he resuelto, pero tengo claridad en algo y ese algo… ese algo es permitirme ser, aceptarme, envolverme en la esencia de mi individualidad.

Es hablar, escribir, bailar, actuar… es ser yo.

Volví y me quedaré, es rico dudar, es rico no saberlo todo, es rico ser genuino… siendo así todo surge, todo crece, todo se da.

Solo por último, debo decir… no prometo constancia, pero si permanencia.

Modelo Artemisa | Texto Diana Betancourt | Fotografía Julián Rodríguez C.