Respiro, siento las moléculas del aire expandiendo mis pulmones, llenando de oxígeno mi sangre conectando el nativo paisaje exterior con la decisión interior de recorrerlo y explorarlo con cada parte de mi cuerpo.
Me agarro de cada rama, raíz o roca del paisaje para llegar a espacios poco visitados por los humanos. Un lugar de paredes de piedra tapizados por un musgo amable, una cascada pequeña con aguas diáfanas y frías que resuenan contra el nido de rocas que las recibe.
Respiro y percibo el olor de la tierra negra y fértil, me deleito con el espacio repleto de árboles, troncos secos, en un suelo empinado que conduce a las aguas. Escucho el sonido del viento que hace bailar las ramas, siento el agua fría que salpica mi cuerpo desnudo y vulnerable, pero de alguna forma estoy abrigada por lo que me rodea, el sol en mi piel, el barro en mis pies, las gotas de agua que me salpican.
Nunca había estado desnuda en la naturaleza, pero siempre lo había querido. Me siento agradecida de estar ahí, en ese ahora, de tener la fortuna de recordar ese momento para la eternidad, en un lugar tranquilo, con una compañía agradable y respetuosa en un lugar ancestral donde las indígenas Muiscas iban a parir a sus hijos al pozo de los partos en Quebrada Honda, la cima de una cascada que es una roca inmensa y plana con una caída escalonada de unos dos metros y sentaban sus cuerpos sobre las aguas frías para poder palear el dolor de la gestación.
Respiro para sentir mi corazón agitado de recorrer esos paisajes con mi cuerpo pero también con ese espíritu nativo que todos llevamos dentro.
Seguimos manteniendo la intención del proyecto para que cualquier mujer pueda participar, reconocerse, verse con más confianza, olvidar los complejos y amarse de verdad.