En las frías montañas de los Andes el sol del atardecer se posa suavemente sobre mi piel, el aire es puro y cristalino, y cada respiración parece llenarme de una energía antigua. Las montañas, guardianas silenciosas de secretos milenarios, se alzan majestuosas a mi alrededor, dándole a este instante un toque místico que solo se puede sentir en estos parajes sagrados.
El frío se mezcla con el calor del sol, creando un contraste que despierta mis sentidos. Siento la vida pulsar en mi interior, como si estas montañas estuvieran transmitiéndome su fuerza y sabiduría. En este lugar, donde el cielo se encuentra con la tierra, me descubro a mí misma en toda mi plenitud. Soy parte de este paisaje, una con la naturaleza, y en este momento, me siento infinitamente libre y en paz, como si el universo entero estuviera en equilibrio dentro de mí.
Seguimos manteniendo la intención del proyecto para que cualquier mujer pueda participar, reconocerse, verse con más confianza, olvidar los complejos y amarse de verdad.