El viento de los monolitos de Suesca acaricia mi piel, trayendo consigo el susurro de los siglos, de las historias que estas rocas sagradas han guardado en silencio. Con cada movimiento, dibujo figuras complejas sobre la piedra antigua, como si estuviera descifrando un lenguaje secreto que solo la tierra y yo comprendemos. Los frailejones, esos guardianes silenciosos de los páramos, me observan, testigos de mi danza con lo eterno.
Aquí, en este rincón del mundo donde el tiempo parece detenerse, siento que el paisaje refleja mi alma. Las rocas, esculpidas por la mano paciente del viento y el agua, me ofrecen un espacio sagrado para conectar con algo más grande que yo misma. Cada figura que creo es un homenaje a la fuerza y la sabiduría de estas montañas, una conversación íntima entre la naturaleza y mi ser.
El viento, frío y puro, me recuerda la fragilidad de la existencia y al mismo tiempo, la inmensa fortaleza que yace en mi interior. En este lugar, donde la naturaleza se muestra en su forma más cruda y bella, encuentro una conexión profunda con lo místico, con lo que no se ve pero se siente en lo más hondo de mi ser. Y así, entre rocas y frailejones, me descubro a mí misma, parte de un todo que trasciende el tiempo y el espacio.
Seguimos manteniendo la intención del proyecto para que cualquier mujer pueda participar, reconocerse, verse con más confianza, olvidar los complejos y amarse de verdad.