No somos musas, somos artistas
A lo largo de la historia las mujeres en el arte han sido protagonistas como musas u objetos artísticos, con impedimentos para ser artistas, escritoras, científicas o cualquier tipo de profesión masculinizada en el momento, y en la educación actual se continúa explicando la historia de lo masculino a nivel universal, invisibilizando u obviando a las mujeres.
Durante siglos, mujeres talentosas utilizaron un seudónimo o concedieron el mérito artístico a sus maridos, como en el caso de la escritora Francesa Colette con la serie de novelas “Claudine” publicadas a nombre de su marido en 1900 y 1907, pues él, en vista del talento de su esposa le animaba a escribir y terminó firmando con su nombre los libros de ella.
También Margaret Keane, que trabajaba horas haciendo magníficos cuadros con personajes de ojos agigantados, mientras su esposo se ganaba el reconocimiento de estas obras y le convencía de que tendrían mayor cantidad de dinero por ello.
Entre las historias más conocidas, se encuentra la de las hermanas Brontë, tres hermanas Británicas que se vieron en la obligación de emplear seudónimos masculinos para que sus escritos fueran publicados y tomados en serio. Algunos de estos textos entran en el listado de los clásicos de la literatura.
La autora Británica Jane Austen de textos como “Orgullo y Prejuicio”, oculta en el anonimato durante toda su vida a pesar de que sus obras fueron publicadas, por lo que nunca recibió ganancia de la venta de sus libros.
Incluso, fue afectada J. K. Rowling, porque los editores le hicieron firmar Harry Potter con un nombre de varón asumiendo que así el público tendría mayor interés en la saga.
Éstas y millones de mujeres talentosas que tuvieron que esconderse tras el anonimato o nombres masculinos para que su arte fuera tomado en cuenta; mujeres que fueron invisibilizadas en una sociedad que las forzó a estar en segundo plano, y que a pesar de las circunstancias siguieron creando cosas increíbles.
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