Desde pequeña he escuchado frases como “eso no está bien visto en una mujer”, “una mujer no se viste así”, “esta ropa queda mejor con tu tipo de cuerpo”, “deberías maquillarte más”, “deberías maquillarte menos”, ya sea que me las dijeran a mi o que lo dijeran de alguna mujer cercana, crecí creyendo que siempre debía tener un -filtro- para verme bien ante los demás y así lo hice, ¿Por qué? Simplemente no quería recibir comentarios sobre mi cuerpo que me llevaran a mi casa, acostarme, poner mi cara sobre la almohada y llorar tratando que nadie me escuchara.
Que bien caería una clase de autoestima en el colegio.
En los trabajos de la ciudad amaba los tacones, me sentía poderosa y cansada claro, pero esta última no era respuesta válida para quien preguntara -“¿Cómo estas?”-. “Todo muy bien, en la oficina bien, con muchas cosas y muchos trabajos de la universidad” esa sí era una respuesta aceptada, otro filtro floreciendo.
Por alguna extraña razón creemos que entre más ocupados y desesperados estemos, más éxito obtendremos y estaremos más cerca de cumplir con nuestro propósito de vida.
Así lo mostré y peor aún, así lo viví, porque con el paso de los años los filtros y yo nos volvimos uno, olvidé qué quería estudiar, qué quería hacer y simplemente viví como se esperaba que lo hiciera. Sin que una cosa cambiara, cualquier comentario sobre mi cuerpo me llevaba a poner mi cara sobre la almohada para dejar que mis lágrimas cayeran sintiendo la libertad que yo quería pero no lo sabía.
Una libertad que ahora, tras varias caídas emocionales, empiezo a sentir en carne propia. Ahora soy más de tennis que de tacones, más de montañas que de oficinas y más de realidades que de filtros, pero sobre todo, ahora soy más de querer mi cuerpo sin importar los comentarios que vienen, porque claro que siguen los comentarios, las personas nos creemos con la potestad de opinar y juzgar sobre la vida y el cuerpo de otros y otras sin saber el daño que causamos.
Las lágrimas siguen, no es que un día me levantara y dijera “hoy me voy a querer más” y como por arte de magia acepté mi cuerpo, me vi con amor desnuda frente al espejo, dejé de autocriticarme y mandé a la mierda a las personas y sus comentarios, NO, ojalá funcionase así pero lleva su tiempo, implica aprender el valor que tenemos como personas, que somos más que una apariencia física o un filtro que usemos para mostrar nuestra mejor versión, implicó perdonar, perdonarme a mi por ser tan dura conmigo misma cuando debí darme amor y por aceptar comentarios perjudiciales para mi salud física y mental; y perdonar a las personas que tal vez sin querer queriendo me hicieron más insegura y saber que no es mandarlos a la mierda sino poner límites.
Que bueno hubiese sido poder poner límites y no filtros a mis pensamientos y a mis acciones frente a los pensamientos y las acciones de otros y otras, que bueno hubiese sido identificar mi valor propio hace algunos años y no haber tocado fondo a mi manera y que bueno que ahora de a poquitos esto esté cambiando.
Y así como con este vestido, con amor, tiempo y seguridad dejamos de ser uno, los “filtros” y yo también dejamos de serlo, para dar rienda suelta a una libertad responsable conmigo misma, a una felicidad donde, como un ser imperfecto, me amo, me respeto, me valoro con mis subidas y bajadas, de ánimo y de peso y me lleno de empatía por aquellos con quienes comparto la vida y la existencia en este mundo, aprendiendo, amando cada pasito y cada realidad, mi realidad.
Modelo y texto Lorena Roa | Fotografía Julián Rodríguez C.
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