La tela blanca se extendía a mi alrededor como un suspiro del viento, arrullándome en su frío abrazo, mientras me posaba en el centro de un espacio sin tiempo ni forma. No había necesidad de palabras, pues en ese instante, las arrugas de la tela eran un lenguaje propio, una sensación muda de la eternidad que me hablaba en un susurro lejano. Mi cuerpo ya no era mío, sino un hilo más en el tejido invisible del universo, y me sentí, por un momento, completamente transparente, como si la esencia misma de la vida se filtrara a través de mi piel.
Seguimos manteniendo la intención del proyecto para que cualquier mujer pueda participar, reconocerse, verse con más confianza, olvidar los complejos y amarse de verdad.