Estoy aquí, en la cima de este gigante de piedra, donde el viento canta su furia y el mundo se despliega en un manto verde interminable. Mis manos tiemblan sobre la ocarina, como si estuvieran invocando a los espíritus de la tierra. Los dedos se deslizan sobre los agujeros, creando un sonido que es a la vez suave y salvaje, como un conjuro, como un grito sin voz. Llamo a la naturaleza, a sus raíces profundas, a su pulso salvaje. Que me escuche el murmullo del río, que me responda el canto de los pájaros, que me reclame suya la tierra misma. Que mi música sea un llamado a la unión, un grito de pertenencia a este mundo natural que me rodea. Que la ocarina sea mi voz, mi lengua, mi corazón latiendo en armonía con el universo.
Seguimos manteniendo la intención del proyecto para que cualquier mujer pueda participar, reconocerse, verse con más confianza, olvidar los complejos y amarse de verdad.